1.
Os voy a contar una historia, un cuento de navidad, que podría ser una historia real si no fuera totalmente inventada.
Como bien sabéis, en navidades, los mayores cuentan a los peques que los Reyes Magos vienen volando, cargados de juguetes para todos los niños. Pero nunca explican cómo estos reyes regresan a su país al día siguiente. Espero que este cuento nos permita por fin aclararlo.
Erase una vez, en la sierra de Aracena... ¿Todos sabéis dónde está la sierra de Aracena, verdad? Sí, en el norte de la provincia de Huelva, muy cerca de Extremadura, por la ruta de la plata. Si seguís todo recto llegáis a Salamanca, si seguís todavía más lejos, llegáis a Asturias, y más lejos... os ahogáis en el Cantábrico.
La zona es muy bonita. Una región de hermosos pueblos blancos, de dehesas y encinares. En estos parajes, encontrareis muchos animales de bellota, burros, borregos, auténticos cerdos ibéricos, y algún cabrón salvaje... Estoy hablando de la fauna por supuesto, la gente es... Bueno, la gente es como en todos los sitios del mundo.
Esta historia ocurre en un pueblo que se llama “Cerdanejo de arriba”. ¿Lo conocéis? Pues antes de llegar a Jabugo, cogéis el desvío para Chorizón, luego dejáis Morcillalejo y justo después de la ermita de la Virgen de la Jeta, tenéis dos carreteras: una que sube, y otra que baja. La que sube lleva a Cerdanejo de arriba, y la que baja a.... Cerdanejo de abajo, claro. Pero la gente de Cerdanejo de arriba no suele coger esta carretera, a menos que estén obligados, ya que a los de Cerdanejo de arriba no les cae bien los de abajo, dicen que son unos creídos, ya que son más ricos y más numerosos que los de arriba. Pero bueno, los de arriba dicen que son más altos, normal, cómo están arriba... Total, no se llevan bien, pero yo os voy a dar mi opinión, después de haber viajado bastante, creo que al final recelar del pueblo de al lado es la cosa a la vez más absurda y más universal que hay en este triste mundo.
Bien. Ahora que hemos plantado el decorado, imaginad. Estamos a finales del mes de noviembre, en el pleno del ayuntamiento de Cerdanejo de arriba. El debate de hoy es la organización de las fiestas de navidad. En especial de la cabalgata de reyes. El alcalde quiere organizar una fiesta antológica, como nunca se ha visto en el pueblo, y esto por dos razones. La primera porque el año pasado la cabalgata fue un fracaso rotundo: el tractor que llevaba a los reyes patinó en una placa de hielo al llegar a la calle mayor, que está muy empinada, los reyes se cayeron del vehículo, y entonces todos los niños saltaron encima de ellos para robarles los caramelos. Melchor perdió su barba en el incidente y hasta los niños de tres años pudieron averiguar que en realidad era el butanero, a Baltasar ya ni se sabía lo que tenía en la cara, pintura negra o barro y esta mezcolanza destiñó en las mejillas de todos los críos del pueblo en el momento de besarlos... Vamos, un desastre.
Pero hay otra razón por la que el alcalde quiere organizar una gran fiesta este año: ¿Cómo explicarlo? En esta zona tan famosa por sus embutidos, no es de extrañar que la máxima figura del pueblo sea un chorizo ¿No? Pues éste es el caso, el alcalde de Cerdanejo de arriba es un chorizo auténtico, su mujer una paleta ibérica, y sus hijos tienen mucha jeta. En fin, el alcalde tiene algunos chanchullos y necesita afianzar su popularidad en el pueblo, ya que este año hay elecciones municipales. Una bonita cabalgata de Reyes haría feliz a la gente, que, igual, de este modo podría olvidarse de asuntos más turbios.
Entonces, el alcalde comunica su idea para la celebración: ya convenció a las dos hermandades de Semana Santa, para que desfilaran tocando tambores y trompetas. Se cambiarán los capuchones por turbantes y las insignias de las hermandades serán descosidas o tapadas. La guardia civil también desfilará vestida de payaso, tocando porras y metralletas. Además, el alcalde prestará unos diez caballos de pura sangre andaluza de su propia ganadería. Está claro, la cabalgata será muy bonita, además no costará un duro, y nadie en la oposición lo contesta. Sin embargo, la discusión, el gran tema de discordia es éste: ¿Quién hará de rey mago este año?
Sólo hay un voluntario, y no es del agrado del alcalde, ya que se trata del jefe de la oposición, que quiere hacer de Baltasar. Y esto le fastidia, al alcalde, ya que teme que su oponente se convierta en el rey de la fiesta y se beneficie electoralmente de ella. Ya se lo imagina, a este soplagaitas, contándoles a los niños “Y decirles a vuestros padres que con un Baltasar como yo, habrá regalos para todos en este pueblo durante cuatro años”.
“¿A ver, no hay más voluntarios?” pregunta el alcalde visiblemente irritado
-Es que, estar sentado tres horas fuera, con el frío que hace, es para coger una neumonía, dice un concejal
-Sin hablar de la gripe A, dice otro, yo si tengo que besar a los nenes lo hago con una mascarilla, os aviso, dice otro”
Total, que nadie quiere, y el alcalde va a tener que darle el mejor papel a su adversario político. Pero de repente, tiene una idea. Se va de la sala de reunión, y llama a su cuñado por el móvil
Pip pip pip pip.... Dring... “¡Cuñaaaaao! ¿Qué hay, que tal estáis en Palos de la Frontera? ¿Qué, mucho calor? ¡Qué suerte! Oye, que tengo un favor que pedirte....”
Al cabo de un rato, el alcalde vuelve a la reunión, y anuncia, triunfalmente:
“Señoras y señores, os voy a anunciar un hecho sin precedente en la historia de nuestro querido pueblo. Escuchadme bien. Este año, por primera vez en Cerdanejo de arriba y en toda la comarca, Baltasar será un negro auténtico
- ¿Qué, un negro de verdad, uno de África? Pregunta el adjunto
-¡Sí! ¡Uno de verdad! Uno que no destiñe al besar a los críos. Un negro de verdad, de la África africana.
-Pero... ¿ De dónde nos vas a sacar a un negro?
-Pues tengo un cuñado que tiene unas hectáreas de fresa en Palos de la frontera, y que nos prestará a uno de sus trabajadores. Le tendremos que pagar unos 60 euros, más gastos de transporte, en furgoneta. En total 100 euros. 100 euros por un negro no es muy caro.
-Pues a mí sí me parece caro, contesta el oponente al alcalde.
Se discute un poco, se habla por hablar y también para poder acabar el aguardiente y los polvorones que hay en la mesa de la reunión, y la oposición logra hacer bajar el sueldo del negro de 60 a 40 euros. Además, para abaratar los costes, el negro volverá en autocar, no hay parada en Cerdanejo de arriba, pero bueno, el negro solo tendrá que caminar 12 kilómetros para coger el autobús en Cerdanejo de abajo... A pesar de esto, el oponente sigue oponiéndose a la propuesta, normal es de la oposición, pero entonces el alcalde le contesta:
“En Cerdanejo de abajo, no tienen a ningún negro de verdad para la cabalgata.”
El oponente entonces se calla y asiente. Y es que en Cerdanejo de arriba, chulear a los de abajo pone siempre a todos de acuerdo.
2.
El día 5 de enero, sobre las doce, llega la furgoneta de Palos de la Frontera, con el pedido especial, el negro de la “África africana”. El coche aparca delante del cortijo del alcalde chorizo (a partir de ahora lo llamamos “Don Chorizo” ¿vale?). Pero cuando éste, con su adjunto, abre las puertas de la furgoneta, está un poco decepcionado. El pobre africano está tiritando en el fondo del vehículo en medio de un cargamento de melones. Con su chándal sucio del recreativo de Huelva, mal afeitado, el rostro marcado por el cansancio y el desamparo, es casi imposible imaginárselo de rey. Sólo tiene pinta de pobre, y el adjunto suelta:
“Éste nos va a asustar a los niños con esta pinta. Los niños quieren besar a un rey, no a un pobre. Los pobres dan mal rollo en navidades
-Bah, no te preocupes, contesta el alcalde. Haré como con mis caballos. Tengo caballos deprimidos, otros cojos o sarnosos, pero pasándoles el cepillo y con unos cuantos pompones, nadie se da cuenta el día de la feria. Bueno, vamos a ver, negro, ¿Tú entender lo que yo decir? ¿Tú tener un nombre?
-Ba...Basilio M'ba Al Tahar, contesta el negro. Sí, hablo castellano, porque soy de Guinea ecuatorial.
-Mira, le dice riéndose Don Chorizo a su adjunto. ¡No sólo habla castellano, sino que además se llama Baltasar! ¡Ja ja! Es perfecto, este negro, digo yo. A ver negro Baltasar, camina un poco. Con el paso firme. Un, dos, un, dos, un, dos. No, así no. El porte monárquico. Como el rey de tu país.
-Es una república.
-Da igual. A ver tus dientes. Habrá que blanquearlos. Ducharle, y pasarle el cepillo para desmelenarle. Este negro, es como mis caballos, unos cuantos detalles y va a deslumbrar en el desfile.”
Entonces, tal como lo mandó el alcalde, a Basilio le duchan, le afeitan y le peinan, le pintan los dientes de blanco, y luego le tuestan por ambos lados delante de la lumbre antes de darle un plato de sopa. Y efectivamente, el negro poco a poco cambia de aspecto. Y a las siete de la tarde, le dan su disfraz: una túnica pseudo oriental, un turbante engastado con rubíes de plástico fluorescentes, un cinturón de boxeo, un capa plateada comprada en una tienda china de Jabugo, y dos enormes pendientes de oro falso. Ahora sí, Basilio se parece de verdad a Baltasar.
Sin embargo, al mirarlo, el alcalde todavía tiene sus dudas:
“Aún hay un problema, acaba diciendo. Y es que nunca sonríe, este negro. Yo que creía que los africanos se pasaban la vida riéndose. ¡Negro Baltasar, sonríe, por Dios, que es navidad!”
Basilio lo intenta. Pero es que no tiene ningún motivo para sonreír. Su familia está lejos, él huyó de la miseria hace dos años, y se encontró con otra miseria, aquí al llegar a España. Ahorra lo poco que cobra en la finca de Palos de la Frontera, para mandar dinero a Guinea, en fin, lo que puede, nunca es bastante. No sale nunca, ya que no tiene papeles y no quiere toparse con la guardia civil, tampoco tiene dinero para hacerlo, ni amigos. Aquí hace frío, la gente es extraña. No, francamente, no tiene ningún motivo para sonreír, pero, bueno, si se lo piden lo intenta.
“¡Que no se sonríe así, negro, carajo! Le grita Don Chorizo. ¡Que parece Etoo cuando falla un gol! Bueno, creo que sólo hay una solución. ¡Mercedes, trae la manguala!”
¿Sabéis lo que es la manguala, verdad? ¿No? Entonces hago un pequeño paréntesis histórico-cultural. Se trata de un aguardiente de anís muy, pero que muy muy fuerte de la zona minera de Huelva. Se bebe con agua (bueno, los hay que lo beben a palo seco, pero estos son muy pero que muy, muy brutos y al cabo de unos años tienen un agujero así en el estómago). Cuando, en el siglo diecinueve, los ingleses llegaron a la región, llamaron a este anís “Man Water”, que significa... ¿Qué significa? Sí, exacto, “Agua de hombres”. Y como a la gente de la zona se les daba muy bien los idiomas extranjeros, llamaron la bebida igual, en inglés: “Man guala”
Bueno era un pequeño paréntesis histórico-cultural que, espero, nos permita entender por qué, tras tragarse tres vasos de manguada, Basilio por fin tiene una sonrisa de orejas a oreja.
Los criados del cortijo le enseñan villancicos y él se ríe a carcajadas. Ya se lo está pasando bien, bueno, se lo está pasando bien gracias al alcohol, pero como bien sabéis la alegría que genera el alcohol nunca es real, al contrario de la tristeza del día después. ¿Lo sabéis, verdad? Bueno, y aprovecho de paso para anunciaros ya que esta historia acabará mal, lo siento mucho, no es usual en un cuento de navidad. Pero qué le vamos a hacer, si la vida a veces es una tragedia, tampoco os la voy a pintar de rosa.
Está pues Basilio riéndose, ebrio, con los criados del cortijo de Don Chorizo. Cuando de repente, se estremece. Y se vuelve blanco del susto. Y es que entraron dos guardias civiles en el cortijo. Van hacia él, y Basilio piensa que ya está, que le van a pedir la documentación. Pero no, en vez de eso, le dan la mano:
“Hola, tú eres al que han contratado para hacer de Baltasar. ¿Tú entender nuestro idioma? ¿Tú cómo llamarte?
-S.... Soy Basilio M'ba Al Tahar, y hablo castellano, porque soy de Guinea ecuatorial.
-¡Vaya, si hasta se llama Baltasar este negro! Dice uno de los guardias civiles a un grupo de payasos con tricornio que acaba de entrar. ¡Vaya fiesta vamos a tener, negro Baltasar!”
Empieza la fiesta. Suben a Basilio en un cuatro por cuatro descapotado y travestido de caramelo gigante. Con él suben otros dos tíos con barbas. Uno de ellos le explica cómo es la celebración, ya que Basilio no tiene ni idea de lo que es una cabalgata. El desfile arranca en el cortijo del alcalde, y justo antes del pueblo, se le junta la hermandad disfrazada de orientales de pacotilla. A Basilio, todo el mundo le sonríe y es bueno con él, y entonces el africano empieza a pensar que, al final, los españoles pueden llegar a ser amistosos cuando se les conoce un poquito. Sí, todo el mundo se porta fenomenal con él, salvo uno, el que hace de Melchor, al lado suyo en el coche, que curiosamente parece enfadado y no le dirige una sola palabra. En realidad Melchor es el oponente de Don Chorizo, y está molesto porque no ha podido ser Baltasar esta noche. Pero esto, Basilio no lo sabe, claro. El alcohol se le sube un poco a la cabeza, y casi logra olvidar el frío que le está empezando a congelar las dos orejas por encima de sus pendientes de plástico macizo. Hoy es una noche feliz, o por lo menos, es lo más feliz que le ha ocurrido desde que ha llegado a España.
La cabalgata entra por fin en el pueblo.
“¡El negro, el negro, el negro es cojonudo, como el negro, no hay ninguno!” En cada esquina de la aldea le cantan este refrán, y Basilio, que primero se extraña, viendo que la gente no lo dice con mala intención, les contesta con grandes sonrisas enseñando sus dientes relucientes, y saludando con la mano. Observa como los niños se extasían viéndole pasar. “Mira, niño, mira, es Baltasar, el rey mago” dicen las madres a sus retoños, y estos se quedan boquiabiertos, con los ojos como luceros titilantes de ilusión. El negro les tira puñados de caramelos
“¡Gracias Baltasar, gracias!”
Los críos se acercan a él, lo quieren tocar, besar. Él coge de vez en cuando a uno en sus brazos, a otro... ¡Cuánto le quieren! Y que buena es la gente por aquí, piensa entonces, mientras Gaspar le pasa por cuarta vez la botella de manguala para mantenerse en calor.
La cabalgata llega a la plaza mayor, que es un decir, porque en realidad es tan grande como el patio de recreo de este instituto. El alcalde suelta un discurso interminable que aburre hasta los caballos del desfile, y después cada rey mago se va a sentar en su trono respectivo. Cuando se sienta Baltasar, el último, todo el pueblo le ovaciona.
“¡El negro, el negro, el negro es cojonudo! “
3.
Luego, empieza el desfile de niños que uno tras otro vienen a sentarse en las rodillas de su rey preferido para repasar con ellos la lista de los pedidos de la noche, es que son viejos ya los Reyes Magos y alguno igual empieza a sufrir alzheimer y se olvida de los juguetes.
Al negro le toca su primer niño.
“Yo quiero una X box con MP3 y una PSP5 con el juego de Super Mario contra los gormitis mutantes, y no te olvides de la pilas como el año pasado, ¿vale Baltasar?”
Claro está, Basilio no entiende ni mú de lo que le acaba de decir el crío... “Sí, sí, de acuerdo”, y lo suelta, extrañado. Don Chorizo le pide en el oído que hable un poco más con los niños, y Basilio lo intenta con el niño siguiente:
“¿Y has sido bueno en el cole y con tus padres este año? -se atreve a preguntarle
-Bueno, regulín, regular. Pero me has traído el mountain bike y la Nintendo como te lo he pedido en la carta ¿Verdad?
-Ejem... Sí, sí, por supuesto...”
Basilio no lo logra entender. El niño se porta mal y sus padres le compran una “mountain bike”. No sabe muy bien lo que es “mountain bike”, pero ya se imagina algún juguete caro. A él, para sus propios niños, nunca se le ocurriría regalarles nada si se portaran mal. Faltaría más... Bueno, pensándolo bien, hace muchísimo que no les regala nada, a sus hijos. No puede. No hay dinero para estas cosas, apenas hay para comer. Hace ya más de cinco años que sus hijos no han recibido el menor regalo. La mayor tiene trece años. Dejó el colegio hace tres años para ser camarera en un hotel de Malabo, la capital. El segundo tiene siete años. Éste sí va todavía al cole, su madre no quiere que trabaje, aunque algunas monedas más cada semana no vendría nada mal a la familia. Y el pequeño tiene 3 años solamente. Cuando Basilio se marchó, era un bebé. Ahora es un niño. El otro día, en el locutorio telefónico, Basilio lo oyó hablando por teléfono. Casi se le soltaron las lágrimas de la emoción. Igual que ahora mismo. Con tantos niños que se sientan en sus rodillas, el negro ha empezado a pensar en los suyos, en su país tan lejano, y casi se echa a llorar.
“¡Carajo, negro Baltasar, sonríe, que es navidad!” Le suelta el alcalde en el oído, y Basilio pone la cara de Etoo cuando Camerún acabó eliminada del último mundial. “Bébete un trago, entonces”, dice Don Chorizo, pero ya el alcohol le duele la cabeza y le da más ganas de llorar.
Basilio se estremece, e intenta coger fuerzas para aguantar el resto de la fiesta. Entonces piensa: mañana, irá a comprar unos juguetes a sus hijos, también ellos se merecen tener una navidad, y luego los mandará por paquete postal, aunque cueste una fortuna. Al tomar esta resolución, Basilio se sobrecoge, y logra hasta sonreír. Los últimos niños pasan por sus rodillas, pidiéndole Barbies que lloran perfume, alienígenas electrónicos y pokemones supersónicos, o yo que sé qué más, Basilio ni siquiera los escucha ya. A todos les dice “muy bien, muy bien, que te has portado mal, pero no pasa nada, niño, ya tendrás tus juguetes mañana al despertar”
La fiesta se acabó. Unos chavales quieren llevarse al negro de marcha, pero a él, ya le duele la cabeza. No está muy acostumbrado a beber, y los españoles beben mucho, demasiado, le parece a él. Un empleado de Don Chorizo le lleva entonces hasta el cortijo, y Basilio, agotadísimo se duerme enseguida nada más llegar, sin ni siquiera quitarse el disfraz de Baltasar.
A la mañana siguiente, le despiertan muy pronto, ya que durmió en el almacén al lado de la cocina y las criadas necesitan coger productos para preparar la comida de reyes de la familia Chorizo. Pero al negro le viene bien, ya que tiene el autobús a las doce y antes quiere comprar juguetes a sus hijos en el pueblo. Se quita el disfraz y se pone la ropa del día anterior. Ya no es Baltasar, ya es de nuevo Basilio M'Ba el Tahar. Y lo nota enseguida, cuando el capataz, que ayer era Gaspar y se reía con él, le da su dinero, sin un sólo adiós, ni un “gracias”. Basilio coge sus 40 euros, pide también el dinero del autobús que Gaspar se había olvidado darle, y se marcha.
Llega al pueblo, y por suerte hay una tienda abierta. Es un bazar chino. Los únicos que trabajan los días de fiesta, y los domingos, y por la noche. Por suerte para todos. Imaginaos, el día de reyes, sin las tiendas de los chinos. ¿Cuántos niños se quedarían sin poder jugar porque les faltan pilas ? ¿Cuántos regalos se entregarían sin papel de regalo? Creedme, los chinos son a la navidad lo que Webo es a la selección de Camerún: un suplente imprescindible si Etoo se lesiona.
Basilio mira su dinero y no le parecen tan caros los juguetes. Con treinta euros, puede comprar unos diez artículos: muñecas de plástico, unos cochecitos, y hasta un mini radio de juguete. Paga en caja y mete todo en una gran bolsa de plástico. Y sale del pueblo. No hay muchos transeúntes, están todos de fiesta, calentitos en casa con su familia, y los que hay en la calle no le prestan la menor atención. Ya no es Baltasar, hoy es Basilio M'Ba El Tahar, inmigrante ilegal, una sombra en un pueblo fantasma.
Basilio sale del pueblo y camina al borde de la carretera que lleva a Cerdanejo de abajo. Son 12 kilómetros y hace un frío que se te mete en los huesos. Basilio sólo tiene su chándal del recre, no tiene chaquetón, él no sabía que podía hacer tanto frío en Europa. Sigue su camino, y a la vez intenta hacer autostop. Pero ninguno de los escasos coches que pasan se detiene, claro está. Para un rey mago, tal vez se habrían parado, pero, ¿Quién se pararía por un pobre? Los pobres dan mal rollo en navidades
Basilio llega al cruce de carreteras, justo antes de la ermita de la Virgen de la Jeta. Y ahora sí, por fin para un coche. ¡Qué suerte!
No, suerte, no hay ninguna. El coche es de la guardia civil. Basilio se echa a temblar. Pero al cabo de un rato se pone a sonreír, como Etoo cuando le mete un gol al Madrid, dándose cuenta que el guardia civil es uno de los payasos del desfile de ayer.
“Gracias por haberos parado, dice Basilio. ¿Me lleváis hasta Cerdanejo de abajo?”
El guardia civil sale del coche, con su compañero, y le dice con un tono seco:
“A ver, documentación”
El negro se queda pasmado
“Pe... Pero... Si soy Baltasar, ¿no te acuerdas? El rey mago, la manguada... Y tú eras el payaso con el tricornio
-¿Me está usted acaso llamando payaso? Pregunta el guardia civil. A ver qué tiene en esta bolsa.
El negro le enseña los juguetes del todo cien.
“¿Tiene usted una factura para estos productos?” pregunta el agente. No, Basilio no ha pedido ninguna factura.
“Artículos ilegales. Quería usted venderlos en algún mercadillo, ¿verdad? Quedan confiscados.”
El otro guardia civil coge la bolsa, mientras su compañero sigue el interrogatorio:
“Y ahora, su documentación”
Basilio, cabizbajo, balbucea
“Si yo era Baltasar ayer, ¿No se acuerda? Por favor...
“Baltasar, lo era ayer. Pero hoy no sé cómo se llama usted. Hoy usted es un inmigrante ilegal. Súbase en este coche, le llevamos al cuartel”
La noche de Reyes, en las familias españolas, los mayores cuentan a sus hijos que los Reyes Magos vienen volando, cargados de juguetes para todos los niños. Pero nunca explican cómo estos Reyes vuelven a su país al día siguiente. Espero que este cuento os lo haya aclarado: algunos regresan volando en un avión charter hacia el lejano Oriente, o hacia cualquier frontera del lejano Sur, con la bolsa de juguetes vacía, por supuesto.
FIN