QURTUBA
Histórico. Conversaciones políticas y religiosas en tiempos del Abderramán III
Salman ibn Khadar eligió una alcoba sombreada del palacio de Medina Azahara, alejada del Salón oriental donde el Califa celebraba su consejo, y mandó a su criados para que la acondicionaran: alfombras Damascenas, cojines de Fes, fuentes de cobre y oro de Sijilmassa guarnecidos con dulces y frutas pasas, el lugar tenía que ser confortable, lujoso y propicio para las confidencias.
- Tráeme también un poco de ese licor de uvas confitadas y cáscara de limón que gusta tanto a los Rumís. Encontrarás una jarra en mis aposentos, le dijo a Ahmad, su secretario personal.
- ¿Alcohol en el palacio del califa? ¡Pero si es haram!, contestó Ahmad indignado.
Salman lo reprendió:
- Lo que está prohibido no es el alcohol en sí, sino el hecho de que un musulmán lo beba, ¿entiendes la diferencia? Y este vino no es para mí, sino para mi invitado, el obispo Anselmo. Apúrate, antes de que llegue.
El secretario inclinó su cabeza en signo de sumisión y obedeció. Poco después, reapareció con una jarra y un solo vaso, que colocó en una de las bandejas, sin poder reprimir una mueca de asco. Luego Salman despidió a sus sirvientes, no quería ningún testigo para su entrevista con el obispo. A pesar de su carácter informal, era una reunión en la cumbre entre los representantes de las dos religiones principales del Califato, entre él, el cadi de Abderramán, juez supremo y mano derecha del visir; y el jefe de la comunidad cristiana de la ciudad. Entre los dos controlaban un tropel de casi un millón de fieles, prácticamente toda la población de Qurtuba, la ciudad más poblada y próspera del mundo conocido. Sólo los judíos escapaban a su control directo.
Salman no conocía bien al obispo Anselmo, solo lo había visto en una ocasión, unas semanas después de su entronización, el año anterior. El Papa había querido imponer a un obispo franco, pero el califa había presionado a Roma y al Emperador Otón y logrado entregar el báculo episcopal a un sacerdote local, un mozárabe de humilde origen que venía de los arrabales, el suburbio de los cristianos, en la orilla sur del Guadalquivir. Un barrio superpoblado y mísero donde abundaban borrachos y prostitutas, repleto de fanáticos que aprovechaban cada oportunidad para arrastrar al populacho hacia la sedición.
Anselmo llegó tarde. Era un hombre de apariencia severa, de unos cincuenta años, vestido con un hábito sencillo; sin embargo, Salman se dio cuenta de que también llevaba un anillo de oro y, colgada del cuello, una cruz de marfil finamente elaborada, que denotaba un gusto por el lujo y la pompa, oculta bajo una apariencia austera. El cadí se acercó con una sonrisa, lo saludó y se inclinó en una pequeña reverencia. El prelado lo miró fijamente, con aire desafiante, sin dignarse a bajar la cabeza para responder el saludo, y tartamudeó unas pocas palabras. Salman no pudo discernir si era un "salve" latino o un "salaam" musulmán.
- Siéntese, se lo ruego, dijo el cadí, eligiendo voluntariamente el idioma árabe para continuar la conversación. Preferí prescindir de mis sirvientes para nuestra reunión cara a cara, espero que no le importe. Coma tanto como quiera. Para beber, traje un vino dulce con sabor a limón para usted, pero también tengo té, ¿o quizás desee sólo agua fresca?
"No quiero nada, gracias", contestó secamente el otro.
Salman le miro de reojo. Su interlocutor era ciertamente un rumí, pero había crecido en Qurtuba y conocía las costumbres árabes, por lo que sabía perfectamente qué significaba rechazar una invitación: desprecio y desconfianza, una verdadera afrenta.
- Déjeme insistir. Tome algo, repitió, forzando una nueva sonrisa.
-No, lo siento, -respondió el prelado-. Verá, ayer sus soldados detuvieron a uno de los míos, el sacerdote Juan, de la parroquia de San Eustaquio, en los arrabales. Y sé que usted lo va a sentenciar a muerte. Entenderá que no quiera beber con la persona responsable de este asesinato.
-Ya veo, replicó el cadí, acariciando su barba para mostrar su preocupación. Tiene usted razón, durante su sermón, este sacerdote insultó al Profeta y desafió la autoridad del Califa. Es un delito de blasfemia sancionado por la pena de muerte, es cierto.
- Sólo citó el Evangelio. "Porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas. Así es, así os lo he dicho de antemano", Mateo, salmo 24, versículo 24. Él solo dijo la verdad, cadi. Para los cristianos, Mahoma es un falso profeta. Y por eso usted lo va a asesinar.
- Vamos, vamos, no se apresure tanto, por favor, padre. ¡Aún no ha sido ejecutado! Según nuestra justicia, tiene tres días para retractarse...
- Conociendo al sacerdote Juan, no lo hará.
- Entonces morirá. No hay alternativa. Y créame que lo lamento. No tengo ninguna gana de organizar un juicio y una ejecución pública que pueda acarrear nuevos problemas en nuestra buena ciudad. Verá, realmente quiero que los mozárabes y los musulmanes vivan juntos en el Califato. Por muchas razones, éticas por supuesto, pues aspiro a la paz, pero también por puro interés, porque concordia significa prosperidad. Todos tenemos mucho que ganar. Pero, ¿comparte usted mi opinión, querido Anselmo, también quiere que judíos, cristianos y musulmanes vivan en armonía en Al Andalus?
- Por supuesto, ¿quién está en contra de la paz? Pero la paz no es la rendición ni la sumisión absoluta, la paz no puede obtenerse a cualquier precio.
- Entiendo completamente su punto de vista, pero me gustaría que usted también entienda el mío. Y desafortunadamente, en lo que me acaba de decir, veo exactamente tres obstáculos, tres argumentos falaces, tres "sofismos", como diría el viejo Aristóteles, que nos impiden entendernos mutuamente y arriesgan con llevarnos directamente a la confrontación.
- En suma, me está diciendo que he mentido tres veces, concluyó Anselmo, obviamente irritado por la pedantería de su interlocutor. Sinceramente, no creo que haya podido decir tanto en tan pocas frases.
- No, yo no hablé de "mentiras", le aseguro, contestó el cadí con voz suave, más bien de dialécticas equivocadas... Querido obispo, le propongo un pequeño juego. Si le convenzo de estos tres errores, para cada uno de ellos, le pido que acepte mi invitación y que beba un vaso de este elixir perfumado al limón. Entonces podremos discutir, de una manera más relajada, los asuntos del Califato. ¿Qué opina?
El obispo era un jugador, Salman lo había adivinado a primera vista. Al principio sorprendido por el desafío, el prelado se echó a reír y lo aceptó de buen corazón. El cadí sonrió, acababa de ganar una primera batalla, que era interesar a su interlocutor y, sobre todo, hacerle beber.
- Bien, prosiguió Salman tras un breve silencio. Entonces, en mi opinión, su primer error fue decir que estamos a punto de cometer un asesinato con el sacerdote Juan. No es exactamente así ¿Se puede hablar de asesinato en el caso de un hombre arrojándose sobre la espada de un soldado? ¿No es más bien suicidio? Este sacerdote sabía perfectamente que la blasfemia se castigaba con la muerte, y no solo leyó aquel fragmento del Evangelio, sino que acompañó su lectura con un largo sermón, en el que comparó nuestro Califa con Nerón, los musulmanes con los paganos decadentes, y para bien marcar su provocación y atraer la atención, tocó las campanas de la iglesia al final de misa, lo cual está absolutamente prohibido. Es un caso tan claro que ni siquiera necesitaré convocar al consejo de los ulemas para determinar qué sentencia aplicar, no tengo más remedio que crucificarlo o estrangularlo en la plaza pública. Nadie lo entendería si dictara otra sentencia. Entonces, querido padre Anselmo, ¿está de acuerdo conmigo en que no voy a asesinar a este sacerdote, sino que él mismo se ha condenado, por su propia voluntad? "
El obispo asintió, algo circunspecto.
- Admitámoslo... Es cierto, él sabía que el castigo por su actuación era la muerte. Pero eso no le impidió rebelarse contra la opresión. Es un mártir de la fe.
Salman frunció el ceño y contestó, con tono amargo:
- ¿Un mártir? ¿De verdad? Por favor, padre Anselmo, ¡ya no estamos en la época de Nerón! El cristianismo ya no está prohibido ni perseguido, ahora existe el estatus de los dhimmis, vuestra religión está autorizada y protegida por el califa... Lo lamento, pero el sacerdote Juan no es un mártir, a él nadie le obligó a elegir entre negar su fe o morir. Lo suyo es tan sólo un acto suicida, no para defender su credo sino para atacar la de otros, y éste fanático no fue animado por el Amor de Dios, al contrario, su objetivo era sembrar el odio... Debo confesarle, querido obispo, que soy muy escéptico acerca de su religión en este punto, todo este dolorismo, todo este martirologio, toda esta hipocresía proclamada fuerte y clara por sus devotos... Y todo, ¿para qué resultado? Guerras incesantes en nombre de Cristo. En realidad, creo que en la sociedad cristiana todo está organizado para justificar la violencia. Ciertamente, sus clérigos no portan armas y hablan de enseñar la otra mejilla, pero en realidad están empujando a los laicos al crimen mientras ellos se dedican a orar por las almas de los guerreros y a perdonar por adelantado todos sus abusos. Nosotros los musulmanes no tenemos sacerdotes, cada uno es responsable de sus propias acciones y de su propia alma. Esto calma los ardores más violentos e impulsa a los hombres a ser buenos y sabios.
El padre Anselmo escuchaba con los ojos entornados, juntando sus manos en sus labios en signo de recogimiento y meditación. Cuando el cadi terminó de hablar, se quedó un largo momento silencioso y luego contestó en voz baja:
- Cadi, podría responderle de muchas maneras, pero prefiero guardar silencio, al menos por el momento. Tengo curiosidad por saber cuáles son los otros dos errores dialécticos que me reprocha. Sin embargo, me gustaría poder dar mi opinión sobre lo que acaba de decir cuando haya terminado su perorata.
- Por supuesto, podrá contestar, tan libremente como quiera, replicó el cadi en el tono más conciliador posible. Y le garantizo que todo lo que diga permanecerá entre nosotros... Pero ahora, querido obispo, respete su compromiso, por favor. Beba.
Anselmo se apoderó de la jarra sin vacilar y se sirvió un vaso lleno, que levantó, declarando:
- Bebo a la salud del sacerdote Juan, a quién usted llamó fanático. Es un hombre santo, ya sabe, honesto, virtuoso... Bebo, porque admito que no es usted personalmente responsable de su asesinato, por lo tanto no tengo ninguna queja personal y no existe razón para rechazar su invitación. Pero por otra parte, insisto en decir que el califa es un enemigo, e incluso si estoy obligado a colaborar con su administración, sepa que estamos en bandos opuestos y que mi lucha tiene como objetivo final expulsar a los musulmanes de las tierras de Iberia.
El prelado acababa de demostrar una increíble arrogancia con esta respuesta, pero Salman se negó a jugar el juego de la provocación y sólo sonrió.
- Se lo concedo, pero como bien lo dijo usted, el momento presente es de colaboración. ¿Este vino es bueno?
La maniobra del cadí para cambiar el rumbo de la conversación pareció divertir al obispo:
- A la vez demasiado dulce y demasiado amargo para mi gusto.
- ¿Amargo? El sabor del limón tal vez...
- No, es el sabor de la derrota. Usted domina Córdoba y no hay más remedio que someternos a su ley... Pero hable, Salman Ibn Khadar, dígame cuál es el segundo sofismo que yo habría supuestamente cometido.
- De acuerdo. Usted ha dicho exactamente que el sacerdote Juan dijo la verdad, que para los cristianos, por lo tanto para usted también, el Profeta (la paz sea con él) es un falso profeta. ¿Me equivoco?
- No, no se equivoca, eso es exactamente lo que dije.
- Bueno, cuando dice profeta "falso", el término es desafortunado… En realidad, para los cristianos Muhammad no es un falso profeta, sino el verdadero profeta de una religión diferente llamada Islam. Nosotros, los musulmanes, sí consideramos a Jesucristo como un profeta, pero para usted, Muhammad no representa nada. Así que, por favor, no se entrometa en nuestra religión y reserve el término "falso profeta" para sus herejes, creo que la tierra de Bética ya ha proporcionado buenos ejemplos en la historia. Recuerde, antes de la conquista de Al Andalus, los visigodos seguían los preceptos del sacerdote Ario y no la ortodoxia romana. Y después, conocisteis el adopcionismo, que otra vez os alejo del papa.
- Ya veo... Le contestaré de este modo, cadi: si abstenerme de hablar de falsos profetas permite evitar un baño de sangre en los arrabales, estoy dispuesto a concederle este segundo argumento.
Anselmo llenó un nuevo vaso de vino con limón, se lo llevó a los labios y lo bebió de un solo trago.
- ¿Sabe qué? Encuentro este segundo vaso más dulce que el anterior. Estoy seguro de que este licor es un éxito entre los musulmanes que beben alcohol a escondidas. Porque es innegable, a ustedes los árabes, les encanta el azúcar... Lo cubren todo con miel, y así consiguen hacérnoslo tragar todo, hasta los manjares más podridos o amargos.
- Mientras que los cristianos prefieren macerarlo todo en vinagre...
- Cierto. Pero dígame ahora, este tercer error dialéctico mío. A decir verdad, aún tengo sed.
- Bueno, mencionó usted que el sacerdote Juan "dijo la verdad". Sin embargo sólo Dios está en posesión de la Verdad, el hombre como mucho posee la Fe en esta Verdad divina.
- Disculpe, cadi, pero ya no me parece usted tan perspicaz como antes. No entiendo muy bien estos matices.
- ¿No ve la diferencia? Pues es sencillo, querido obispo, este matiz se llama "tolerancia". Verá, yo soy musulmán y le ofrezco un vaso de licor. Sin embargo, creo que beber le llevará directamente al infierno. He dicho "yo creo" y no "yo afirmo" porque sólo soy un humano y dejo que Dios decida si lo condenará o no. En realidad, nadie debería decir nada sin decir antes "yo creo que" o "inch'Allah", si Dios quiere. En este caso, la diferencia entre fe y verdad significa para usted ahora la posibilidad de probar esta bebida alcohólica.
Anselmo agarró la jarra por tercera vez y vertió vino en su vaso hasta el borde. El cadí se preguntó si tres vasos llenos serían suficientes para perturbar la conciencia del prelado y, sobre todo, cuáles podrían ser las consecuencias de la embriaguez en su interlocutor, quien desde el principio de la entrevista oscilaba de manera indecisa entre rebelión y sumisión, entre ponderación e ironía. Anselmo bebió muy despacio, sorbito a sorbito, y finalmente declaró:
"Como puede apreciar, bebí mis tres copas hasta las heces. Pero esta vez, no lo hice para admitir mi error, sino para acortar su discurso sobre mis supuestos sofismos. Y humedecer mis labios y mi paladar antes de hablar, pues ahora es mi turno de palabra. Ciertamente, es usted elocuente, pero su dialéctica también tiene muchas paradojas. ¿Dice que no posee la Verdad? Sin embargo, todo el día, se dedica a determinar lo que es haram, lo que es halal, lícito, ilícito, como un boticario anda contando los “hasanatos” que llevan a los fieles al cielo, a los “syiatos” que les alejan de ello, confronta los hadices entre ellos con el fin de interpretar la Ley Divina exactamente de acuerdo con lo que más le conviene en cada momento… Y se sirve de la religión para zanjarlo todo, para juzgar todo, incluso los hechos más insignificantes, lo que se puede comer, lo que se puede beber, cuándo hay que ayunar, cómo vestirse, cómo hablar, qué se puede pintar o cantar... Pero mire usted, mientras los musulmanes necesitan todas estas circunvoluciones teológicas para autorizarme a beber una mísera copa de vino, yo, que soy cristiano, no necesito nada más que mi sentido común y mi libre albedrío, porque mi lema es el de San Pablo: "ama a Dios y haz lo que quieras" o "el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado". ¿Entiende lo que quiero decir? Usted es el juez supremo de Al Andalus, ha estrangulado, empalado, crucificado en nombre de Dios y tiene la osadía de decirme que su justicia no se ejerce en nombre de la Verdad sino de su tolerancia… Pregúntele a un condenado a muerte si su matiz dialéctico entre la Verdad y la Fe cambia algo a su destino..."
El cadí no esperaba una respuesta tan vehemente por parte del obispo. Salman había optado por la intimidad de una alcoba confortable para su reunión con el prelado, para promover el diálogo y la confianza, pero empezaba a lamentar su elección: delante de una tercera persona, este rumí nunca se hubiera atrevido a criticar tan directamente el Islam, por temor a represalias. Salman se preguntó si no era el momento de reafirmar su autoridad, recordar que no se habla así a la mano derecha del visir, pero entonces recordó que había permitido que su interlocutor hablara libremente, hace un momento. Así que decidió armarse de paciencia y aceptar el juego de una discusión informal, en pie de igualdad.
- Me gustaría hacer hincapié en que en el mundo cristiano, sea en Bizancio o en cualquier otro lugar, todas las demás religiones están prohibidas, mientras que aquí en Qurtuba están permitidas. La ley islámica no se aplica a los dhimmis, la cuestión de lo que es legal e ilegal no se aplica evidentemente ni a los judíos ni a los cristianos, y entre los musulmanes aceptamos todas las escuelas de interpretación sunitas: Hanafitas, Hanbalitas, Malikitas, Chaféistas, todos tienen derecho a expresarse libremente. Es cierto que a veces nuestros debates pueden parecer estériles y contradictorios, pero a pesar de todo, consideramos que la diversidad es enriquecedora. Sí, querido Anselmo, diga lo que diga, las tierras omeyas son tolerantes, es un hecho. Todo lo que les pedimos a ustedes en realidad es respetar la autoridad del califa y el culto oficial, nada más.
Con esta última respuesta, Salman había intentado suavizar el tono de la conversación, pero Anselmo seguía con el mismo tono indignado:
- Es fácil ser tolerante cuando uno está en una posición de fuerza... Pero lo siento, esta bella tolerancia, cadi, yo no me la creo. Usted habla de ella como se habla de tolerancia a un veneno. Se dignan a aceptarnos si somos sumisos y si no hacemos ruido. Yo no creo en la tolerancia, porque significa que hay un dominante que tolera y un dominado al que se le otorga. Conozco su discurso de memoria, el Islam es civilizado, abierto, mientras que el cristianismo, por esencia, es intransigente, pero usted se olvida decir que el musulmán es rico y vive en los mejores barrios. Mandaron construir para él la mezquita más grande del mundo en la que los cristianos no tienen derecho a entrar, mientras que los dhimmis deben pagar el impuesto de capitación. Los mozárabes pagan de promedio tres veces más que los musulmanes que sólo tienen que pagar la limosna del culto. Esta es la única razón de su tolerancia, me temo. Existe porque ustedes necesitan nuestros impuestos y una gente dócil que haga su trabajo sucio. Sin nosotros, el califa no tendría un solo dirham en su tesoro. La realidad es que cuando llegaron ustedes hace dos siglos, no eran lo suficientemente numerosos como para forzar la conversión de todos los íberos, por lo que optaron por una islamización progresiva y tortuosa. Los cristianos somos la mayoría abrumadora y los musulmanes sólo un puñado, pero todo está hecho para que nuestro culto desaparezca, poco a poco. A la larga, no podremos resistir a tanta presión y usted lo sabe perfectamente. Nos lo prohíben todo, la construcción de nuevas iglesias, la restauración de las antiguas, las procesiones, las campanas...
- Sí, y también prohibimos a los borrachos vagabundos, a las prostitutas que van por la calle medio desnudas, a los excesos del carnaval, a los flagelantes en la cuaresma, a las cruces, a los escudos en las fachadas, a las estatuas que exhiben figuras humanas o animales sin respeto por las otras creencias que rechazan la idolatría... Para los cristianos, todo siempre es ostentación, provocación. No saben ustedes convivir con los demás, no saben aceptar las costumbres de otros. Se le pide que sean discretos, pero no lo entienden, invaden el espacio público con sus incesantes demostraciones y su fanatismo.
- Lo que ustedes llaman provocación no es más que la manifestación de nuestra cultura, cadi. Sus muecines son tan molestos como nuestras campanas, sus mujeres tapadas con velos nos escandalizan tanto como cuando ven ustedes a las nuestras maquilladas. Todo es muy relativo cadi, ustedes dominan Al Andalus y piensan que el Islam es la norma, por lo que cualquier cosa que sea diferente les molesta. Pero si el mundo estuviera al revés, si los príncipes cristianos reconquistaran de Al Andalus, los musulmanes estarían acusados de no respetar a los demás, sin duda.
- Reconquistar Al Andalus... ¡Puede seguir soñando, querido Anselmo, esto nunca sucederá! Mire, el otro día, el visir me mostró una misiva firmada por un señor de guerra vikingo. Fíjese, hace menos de cuarenta años, estos bárbaros aterrorizaban todo el occidente, mataban a mujeres y niños dondequiera que pasaban. Se dice que bebían la sangre de sus víctimas en cuernos de uros, que se lavaban con su propia orina y que su mayor sueño era morir en la batalla, porque estaban convencidos de que serían recompensados con vírgenes y orgías infinitas en sus paraísos paganos. Pero ahora el rey Carlos de Francia les ha otorgado un ducado cerca de París, y de repente estos bárbaros afirman ser los heraldos del cristianismo y pretenden enviar misioneros por todo el mundo para evangelizar a los gentiles ... Admita que en este contexto su religión nos inspira poca confianza ...
- Es cierto que Occidente aún tiene grandes progresos que cumplir, pero también está el Oriente, Bizancio, que es cristiano, rico y poderoso... El Islam no ha triunfado en Constantinopla, y un día Los francos serán tan fuertes y prósperos como ellos. Emprenderán la reconquista de Al Andalus y vencerán, estoy seguro de ello.
Salman estaba empezando a perder la paciencia. La conversación se estaba atascando, y el padre Anselmo, envalentonado por el vino que había bebido, se estaba volviendo más combativo y obstinado. En ese preciso instante los dos hombres fueron interrumpidos por risas que se oyeron afuera. Se levantaron para echar un vistazo al patio y observaron un cortejo de músicos y bailarinas que se dirigían al Salón Oriental, donde el Califa iba a dar un banquete. Una vez desaparecidas las chicas, el cadí y el obispo se sentaron de nuevo e intercambiaron una mirada complíce, como para sellar un acuerdo tácito entre ellos: el prelado, obligado por su voto de castidad no debía haberse fijado en las bailarinas, mientras que su vestido desaliñado tampoco cumplía con las prescripciones del Corán, pero obviamente ninguno de los dos estaba dispuesto a criticar al otro por estos pecadillos menores. El cadí decidió aprovechar este breve momento de connivencia para retomar las riendas de esta discusión tan mal comenzada y, finalmente, buscar un terreno común.
"Querido Anselmo, le agradezco su sinceridad. Y ya que antes cedió a algunos de mis argumentos, ahora es mi turno de hacerlo. Acepto que hay parte de verdad en lo que me dice. Sí, es cierto, esta sociedad es desigual, los usamos a ustedes, los cristianos, para someterlos al impuesto y explotarlos... En cuanto a los judíos, nos sirven de usureros, para los musulmanes, pero también para los cristianos, ya que nuestras dos religiones nos prohíben prestar con interés. Todo esto es perfectamente injusto, lo admito, pero también lo es el mundo. De hecho, el Califato en esto es el perfecto heredero del Imperio Romano: en la época de los Césares, no todos podían ser ciudadanos, también había esclavos, libertos, metecos y plebeyos. Lo mismo sucede aquí en Al Andalus ahora. Pero ya sabe, las castas no son tan herméticas como parecen: nuestro califa es árabe sólo por su ascendencia paterna, su madre era vascona, yo soy bereber y no quraichí... ¿Y qué me dice usted de Hasday Ibn Shaprut? Médico personal y asesor de Abderramán, uno de los más grandes defensores del califato... Sin embargo él es judío. Pregúntese, querido Anselmo, por qué los judíos logran integrarse tan bien en nuestra sociedad, y no los cristianos. Tal vez simplemente porque aceptan su estatus sin quejarse, porque practican su religión en su círculo íntimo y no buscan convertir a nadie... Fíjese, mi sueño es que los cristianos sigan el ejemplo de los judíos. Que renuncien a la vana rebeldía y colaboren plenamente a la prosperidad del califato. Sinceramente, lo deseo, por el bien de todos. "
Al escuchar estas palabras, el obispo asentía por primera vez desde el principio de la discusión. Sin embargo, cuando el cadi empezó a enumerar las virtudes de los judíos, repentinamente volvió a fruncir el ceño, antes de responder en tono sarcástico:
- Los judíos son pocos y los cristianos legiones. No hay suficiente espacio para nosotros en su administración. Pero sobre todo, si los cristianos no se integran, es porque son pobres, muy pobres. Está allí la fuente de todos los males, de todos los resentimientos, cadi...
- Sepa que comparto totalmente su opinión, querido Anselmo. Creo que está tocando la raíz del problema, que en realidad no es religioso, sino económico.
- Lo dice, pero en el fondo, supongo que la miseria de los mozárabes es la última de sus preocupaciones...
- Se equivoca. La pobreza del pueblo cristiano es muy preocupante. En primer lugar porque los barrios arrabales pueden rebelarse en cualquier momento. Segundo, porque si apenas tienen suficiente para sobrevivir, será difícil para nosotros reclamarles impuestos. Y luego, especialmente, está el problema de los muladíes... ¿Qué piensas de ellos, obispo?
- Los muladíes son unos renegados. Se convirtieron al Islam por pura avaricia, para evitar impuestos. Pero no todos los cristianos comparten mi opinión. Muchos muladíes continúan financiando a sus antiguas familias, sus antiguas parroquias, es una forma de evitar que sean vistos como traidores, utilizan su nuevo estatus de musulmanes para ayudar a sus viejos amigos y, a menudo, se les considera como mecenas.
Salman, en su fuero interno se regocijaba, porque el obispo acababa de coger un cuerno de gacela en la bandeja de cobre colocada frente a él. Era una señal obvia de que finalmente accedía a cooperar.
- ¡Me alegro que finalmente compartamos una opinión, querido Anselmo! Por cierto, ¿sabe de dónde viene este vino de limón?
- Creo que un comerciante de los arrabales lo hizo venir de Niebla, un tal José Gaditano.
- Sí, así es. Sin embargo hace seis meses, José se convirtió al Islam y ahora se llama Yusuf al Muladí. El otro día, aquí mismo, recibí a una docena de comerciantes de la medina que le acusaban de haberse convertido por interés, para poder vender frutas y verduras en el zoco reservado a los musulmanes. Los comerciantes afirman que Yusuf no ha abandonado su negocio anterior, que en lugar de destruir sus barricas en señal de arrepentimiento, ha vendido su negocio de vinos a su hermano Rodrigo y en realidad continúa lucrándose con él... Para los mercaderes del zoco, la cosa está clara, Dios prohíbe vender el alcohol, la bestia muerta y el cerdo, y este Yussuf debe ser severamente castigado. Sin embargo, me negué a acusar al muladí, simplemente respondí citando este hadiz: "El Profeta (la paz sea con él) prohibió a los hombres usar ropa de seda. Ahora, habiendo recibido ropa de seda como regalo, le ofreció una a Omar. Este último vino a verlo asombrado, y el Profeta le dijo: "No te lo di para que lo pusieras, sino que se lo dieras a alguien". Los mercaderes del zoco se fueron, furiosos... ¿Qué le parece? ¿Qué habría hecho usted en mi lugar?
- Me parece que ha sido muy pusilánime, cadi. Este José, o Yussuf, si prefiere, es claramente un embustero, no tiene ni fe ni ley y obviamente lo suyo es una conversión falsa. Yo lo habría castigado.
- Tal vez debí haberlo hecho... Pero tampoco quería dar la razón a estos mercaderes del zoco. Los conozco bien, son unos rigoristas, a favor de la interpretación más literal y restrictiva del Islam... Para confesarlo todo, recelo de ellos, si cedo a sus peticiones, mañana la vida en Al Andalus se volverá insoportable. Sueñan con prohibirlo todo, la fiesta, la música, las joyas, la sonrisa de las mujeres... En fin, todo esto para decirle que los muladíes nos plantean un verdadero problema. Seguramente, debemos regocijarnos para cada una de estas conversiones, pero al mismo tiempo, si son demasiado numerosas, será imposible para nosotros integrar adecuadamente a todos estos nuevos fieles: los antiguos musulmanes se quejarán de estos interesados que compiten con ellos, y luego Como los muladíes están entre las familias cristianas más ricas del Califato, esto representará un gran déficit para nuestras finanzas. Pero lo más grave es a largo plazo, ya que estos conversos no conocen bien los preceptos del Islam, pueden llevar a un relajamiento de las prácticas religiosas, o al aumento de la fuerza de los rigoristas, en reacción contra los muladíes. ¿Se da cuenta, querido obispo, de la paradoja? Si bien el objetivo anunciado de nuestro califa es islamizar a toda la Tierra, si hay demasiados musulmanes, pone en peligro el equilibrio social y religioso de Al Andalus... Entonces, para evitar que haya más conversiones que de razón, queremos mejorar la situación de los cristianos, abrir Medina Azahara y nuestra administración a los asesores mozárabes, reducir la cantidad de capitulaciones ... Y por qué no, restaurar su obispado, que cae en la ruina ...
- ¿De verdad? Ahora esta conversación sí que me empieza a interesar, cadi. ¿Puedo servirme un poco más de este vino dulce?
Los dos hombres hablaron durante mucho tiempo en el secreto de su alcoba sombreada. Dos días después, en los alcázares, frente al Guadalquivir, se celebraba el juicio del sacerdote Juan. Bajo el sol del mediodía, la gente de Qurtuba esperaba ansiosa la llegada del prisionero. Había musulmanes que habían abandonado sus puestos en el zoco para manifestarse contra los fanáticos cristianos y, detrás de una fila de guardias, una multitud mozárabe que venía a vitorear a su mártir. Pero, para sorpresa de todos, no era el sacerdote Juan el que llevaban maniatado a los alcázares, sino otro condenado, pelirrojo, barbudo, de unos cuarenta años. Se trataba de Yusuf al Muladí, antiguamente llamado José, el comerciante de vinos de los arrabales. Le acusaban de haber envenenado al sacerdote Juan en su celda el día anterior al juicio. Uno de los guardias llevaba la prueba del crimen, una jarra que contenía vino dulce de limón mezclado con cicuta que el muladí supuestamente había ofrecido al sacerdote. Toda la población abucheaba al criminal, los cristianos, porque José había traicionado a su antigua fe y había asesinado a un héroe, y los musulmanes, porque Yusuf era un falso converso que no había renunciado al vino. Hacía décadas que la gente de Qurtuba no había sido tan unánime, quizás desde la ejecución pública de los jefes vikingos que se habían atrevido a atacar Sevilla un siglo atrás.
El domingo siguiente, el obispo Anselmo pronunció una vibrante homilía, basándose en un pasaje del Evangelio de San Marcos, "dale al César lo que es de César". Habló del profeta Mahoma, un hombre inspirado por Dios, citó a San Agustín para enfatizar la diferencia entre la ciudad celestial y la ciudad terrenal, criticó severamente a los renegados y anunció a los fieles que la Basílica de San Eustaquio y el Obispado de Qurtuba pronto serían restaurados. También anunció un alivio fiscal para todos los dhimmis, que el califa le había prometido.
El vino de José fue confiscado por los guardias de Abderramán y ofrecido al obispado. Cada noche, después de su cena, el padre Anselmo se servía un pequeño vaso. A fuerza de beber, finalmente le parecía exquisita esta bebida, con un sabor perfectamente equilibrado, ni demasiado dulce ni demasiado amargo.